15.8.09

anima mundi

"Caminaba por senderos del parque y pensaba en todo esto, trataba de imaginar una vida que fuese diferente. Entre la desesperación y la normalidad ha de haber algún camino intermedio. Es como estar en un bosque, allí está el sendero que estás recorriendo, está bien acondicionado y figura con una línea roja en los mapas. Después te hartas, ya lo has recorrido demasiadas veces. Te desvías, un poco a la derecha y un poco a la izquierda. Al fin encuentras otro, su naciemiento está escondido entre la maleza, no sabes dónde lleva, pero no importa. A causa de la felicidad ya caminas de manera diferente.

En el fondo, ¿por qué no decirlo?, envidiaba a aquellos que tenían una idea precisa en la vida, aquellos que nacen llevando ya un paraguas en la mano. LLueve, nieva, graniza y siempre están protegidos, no lo sueltan siquiera cuando luce el sol. Pero la envidia no era un resorte suficientemente poderoso como para dar el salto. Habría podido cerrar los ojos y zambullirme en una experiencia cualquiera. Lamentablemente, sabía que hubiera sido un salto de breve duración. A la satisfacción inicial habría sucedido una leve sensación de desazón. La incomodidad habría pasado de leve a cada vez más grande. En poco tiempo habría devorado a cualquier otra emoción, yo me habría sentido profundamente infeliz. Con la infelicidad habría llegado también la maldad. Detestarse y hacer daño a los demás son las dos caras del mismo sentimiento. No tenía pasta de asesino, mi maldad habría sido menuda, mezquina: desaires, humillaciones, maledicencias, minúsculas canalladas. Así se había comportado mi padre, desde siempre. Después, aquella válvula de escape ya no habría sido tampoco suficiente, serviría apenas para mantenerme vivo. Haría falta otra cosa. En vez de una explosión, una implosión. Una mañana me había levantado y habría vuelto a emprender mi propia destrucción.

Veía ya claramente que gran parte de la infelicidad depende del camino equivocado. Caminando con zapatos demasiado apretados -o demasiado holgados- despues de unos kilómetros empezamos a maldecir el mundo. Lo que no tenía claro era por qué razón no se podrán escoger desde el comienzo los zapatos de la medida justa."


Susanna Tamaro (Anima Mundi)

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